miércoles, 21 de noviembre de 2012

Soy madrileña

 


1.      Madrileño: dícese de aquél que nace, vive o tapea en la región de Madriz, sin discriminación de raza, sexo, religión o RH.

 

2.      Uno o una es de Madriz haya nacido donde haya nacido dentro de la Comunidad de Madriz... Ya sabemos que en otros lugares si eres de Hospitalet no eres de Barcelona o si eres de Santiago no eres de A Coruña. Pero aquí, eres de Madriz, tanto si naces en Guadalix de la Sierra, como si vives en Móstoles, eres de Madriz y punto.

 

3.      Debido al anterior punto, cuando un madrileño dice “me voy al pueblo” no es una frase despreciativa tintada de centralismo. El significado es “irse de vacaciones o pasar un fin de semana en el lugar de procedencia de la familia”. Aunque tú sigas siendo de Madriz, tus padres y hermanos pueden ser de cualquier otro sitio de España. Hasta uno mismo puede haber nacido en cualquier otro lugar y seguir siendo de aquí si es que aquí vive.

 

4.      Es AB-SO-LU-TA-MEN-TE falso que Madriz no tenga playa. Como prueba, podéis visitar cualquier verano o puente Torrevieja, Cullera o Benidorm. Allí estamos casi todos.

 

5.      En Madriz, decir que algo “está ahí al lado”, debes traducirlo por “está a 20 minutos en coche o 45 andando”. ¡Pero bueno! ¿tú sabes lo grande que es Madriz? ¿No te acabo de decir que la playa la tenemos en Torrevieja?

 

6.      Cuando los de Madriz vamos de visita a otras encantadoras ciudades y bonitos pueblos y preguntamos inocentemente si el chorizo que estamos comiendo es de matanza, cuando en realidad vosotros sabéis que es de Campofrío, no hagáis chistes sobre el asunto ni nos toméis el pelo. Ya nos gustaría veros a vosotros en el metro o circulando por la M-40 en hora punta.

 

7.      No critiquéis a los madrileños acusándoles de que se van todos los fines de semana de la ciudad porque no la aguantan. No, los que se van los fines de semana son los que no son de Madriz y vuelven a su casa. Los madrileños sólo salimos los puentes. Los fines de semana no nos dan para alcanzar los confines de Madriz y volver.

 

8.      Reconoceréis a un madrileño de verdad, porque se come las preposiciones al decir los nombres de los lugares de la Capital. No dice “he quedado en la plaza de Castilla”, sino “he quedado en Plaza Castilla”. No dice “voy al puente de Segovia”, sino “voy al Puente Segovia”.

 

9.      Un auténtico madrileño practica el leísmo y el laísmo. Es difícil, pero es la única manera de parecer de Madriz, o de cerca de Madriz. “Ya se le dí”, “la dije que viniera”, “la compré una flores”, son expresiones con las que nadie te mirará raro en Madriz.

 

10.  Al madrileño le gusta conducir. No es que todos tengamos coche, ni carnet, pero al madrileño le gusta conducir y lo hace que te mueres. El asistente sonoro de aparcamiento que se incluye en los coches de gama alta lo inventó un madrileño, porque aquí aparcamos de oído. También conducimos al rebufo del que va delante para reducir el consumo de combustible, en plan ecologista.

 

11.  Si quieres probar “pejcao frejco, frejco”, vente a Madriz. En la capital se vende el pescado más fresco de España, puede fastidiar, pero es así.

 

12.  Los y las de Madriz son la gente más internacional y cosmopolita que existe. Estés donde estés, por ejemplo en Tokio, si te encuentras con uno o una de Madriz y le preguntas “¿de dónde eres?”, invariablemente responderá: “De aquí, de Madriz”.

 

 
En espíritu y verdad
Canta Manuela Aguilera


Consumo y ciudadanía
Por Manuela Aguilera

La ciudadanía no consiste únicamente en tener derechos, sino también en tener la capacidad y las oportunidades efectivas que garanticen su ejercicio.

En la actualidad hay personas que entienden que ejercer los derechos políticos de votar y ser votado o tener derechos sociales esenciales como la educación o la salud gratuitas no es tan importante para el ejercicio de la ciudadanía como la posibilidad de consumir bienes materiales, incluso cuando para tenerlos queden menoscabados los derechos políticos. Hemos convertido el espacio sociopolítico o la “ciudad” entendida como espacio donde ejercer y disfrutar la ciudadanía, en un mercado. Ya no somos ciudadanos y ciudadanas, sino consumidores, es decir, una nueva especie con dos patas cuya finalidad fundamental en la vida consiste en ser un tragaldabas.


En una sociedad que con precisión se denomina “de consumo” podríamos decir que consumir, o no consumir, o consumir de una determinada manera, es una forma de participar. Incluso podría decirse, en más de un sentido, que nuestra capacidad de consumir es lo que nos constituye en sujetos políticos. Esto significa que el poder ciudadano se limita al poder adquisitivo. Es decir, que quien no tiene capacidad de acceder a los objetos de consumo no es nadie, es, literalmente, insignificante. Es invisible. Se diría que en la sociedad de consumo el mercado es ahora el auténtico detentador de ciudadanía.

Hoy, los expertos saben convertir a las mercancías en mágicos conjuntos contra la sociedad. Las cosas–como dice Galeano—“tiene atributos humanos: acarician, acompañan, comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el amigo que nunca falla”. Y las cosas no solamente pueden abrazar, embellecerte, hacerte mejor persona… ellas también pueden ser símbolos de ascenso social, salvoconductos para moverse en una sociedad de clases, llaves de acceso a identidades soñadas. ¿En quién quiere usted convertirse comprando este coche?

El problema es que el acceso a los bienes o a esta forma de vivir y consumir que se ha instaurado en los países ricos no es una forma de vida universalizable, no puede ser para todos…. La quinta parte de la población del mundo consume el 85% de los bienes mundiales y el quintil más pobre ha de conformarse con menos del 2%.

Por otra parte, detrás de nuestras compras y consumos hay una historia personal, cultural, social, económica, política y medioambiental. Están nuestros deseos y necesidades, el entorno social, las condiciones laborales y de vida de quienes fabrican y producen bienes, los recursos naturales gastados, las empresas beneficiadas y su influencia política, los residuos y contaminación generados…. Y con frecuencia escuchamos apelaciones a nuestra condición de consumidores para tratar de transformar el mundo en que vivimos. Se nos recuerda que con nuestras decisiones de consumo contribuimos a generar y perpetuar estructuras opresivas para los trabajadores, o destructivas del medio ambiente, que el que unos pocos consumamos tantos recursos hace que otros no puedan disponer de lo mínimo necesario, que el consumismo fomenta la injusticia y la desigualdad y se nos recuerda que si cambiásemos nuestras pautas de consumo individual orientándolas con criterios éticos y responsables, estaríamos facilitando la formación de un mundo más justo y habitable. Pero este planteamiento no es del todo acertado. Con él se está sugiriendo una salida individual y privada a algo que está reclamando a voces una respuesta colectiva y de carácter público. Si se quiere ser eficaz contra la sociedad de consumo, habría que lograr un status de ciudadano preocupado por las cosas públicas. Ahí es donde también las organizaciones y redes de consumo tendrían que centrar su atención. Menos en lo que un consumidor individual debería hacer (aunque no deja de ser importantísimo que sea consciente y crítico), y centrarse más en lo que –como ciudadanos organizados—pueden exigir políticamente en relación al consumo. En definitiva, exigir el derecho a ser ciudadanos, o sea, a decidir cómo se producen, se distribuyen y se usan los bienes en beneficio de todos, en todos los lugares del planeta, sin orillados y sin excluidos del pastel.

 

miércoles, 3 de octubre de 2012

¡La revista Crítica va a cumplir 100 años!


 
 
 Por Manuela Aguilera
 
Nacimos el 5 de octubre de 1913. Año difícil en el que ya se barruntaban los conflictos que desencadenarían la Primera Guerra Mundial. Los Balcanes (como no hace  mucho, desgraciadamente) ardían bajo el terror, la guerra y soportaban una devastadora epidemia de cólera. En nuestro país, caía del poder Romanones y formaba un nuevo gobierno conservador Eduardo Dato. En París se estrenaba La Consagración de la Primavera de Stravinski y, en España, La Malquerida de Jacinto Benavente, además de la publicación  Del sentimiento trágico de la vida de Unamuno.

1913 es también el año en el que se realiza la primera transmisión telefónica sin hilos entre Nueva York y Berlín; nace Albert Camus; Husserl publica Ideas relativas a una fenomenología pura; Croce, Breviario de Estética; Jasper, Psicopatología; Freud Totem und Tabu; y entre tanta y sesuda intelectualidad, también hace furor en Europa la blusa marinera que acaba de crear una joven empresaria que responde al  nombre de Coco Chanel.

Cuestiones sociales preocupantes comenzaban a plantearse en nuestro país con radicalidad: el crecimiento demográfico, el escaso desarrollo industrial, la desesperación campesina. La prensa recogía como un avance social el establecimiento de las 60 horas semanales de jornada laboral en el textil y la creación de la cédula de identidad, antecesora del DNI. En los ambientes intelectuales imperaban los krausistas que tanta influencia tuvieron después en los nuevos vientos laicizantes. En Europa, es el momento de la revolución cristiano-social de los conversos franceses: Charles Péguy, Leon Bloy, Maritain... cuyos esfuerzos fueron encaminados a provocar el encuentro entre la Iglesia y el mundo moderno.

 
En este ambiente, Pedro Poveda Castroverde, Humanista cristiano, pedagogo, fundador de la Institución Teresiana, preocupado también por la renovación del pensamiento y la acción cristiana, publica entre 1911 y 1913, Ensayos de proyectos pedagógicos y Alrededor de un proyecto y funda el Boletín, una revista primero semanal y después mensual, que ahora llega con el nombre de CRITICA al numero 982. ¡100 años de presencia en el mercado!, presencia dilatadísima y casi única para una revista socio-cultural.

Fiel a sus orígenes, enraizados en la tradición que marcó el Boletín, CRÍTICA ha sido siempre dirigida, gestionada y escrita en gran parte por mujeres y hoy es una revista de periodicidad mensual, monográfica, que trata de ofrecer un serio escenario de reflexión, diferenciando claramente entre la interpretación y la información. 100 años lleva acompañando el acontecer de la vida humana en nuestro país, sin solución de continuidad, a través de un puñado de páginas. Unas páginas que han sido fruto, año tras año, década tras década, de la tarea compartida y entusiasta de muchas personas que desde la plantilla, o con sus colaboraciones, o formando parte de su consejo editorial, han hecho posible que todos los meses  CRÍTICA llegase a nuestros lectores.

A todas ellas: GRACIAS.